El “cono de incertidumbre” de la IA y por qué el mercado ya no se comporta como antes
Hay conceptos que, cuando los escuchas, te ordenan muchas piezas sueltas de golpe. A mí me pasó eso escuchando a Dario Amodei hablar del “cono de incertidumbre” en una entrevista reciente. No estaba presentando una predicción ni defendiendo una tesis revolucionaria. Estaba describiendo, con bastante honestidad, el tipo de apuesta que hoy están obligadas a hacer las empresas de inteligencia artificial.
Y desde entonces no dejo de ver ese cono reflejado en decisiones que, hace solo unos años, habríamos calificado de absurdas o contradictorias.
La última señal clara apareció en una noticia que, en otro momento del mercado, habría sido difícil de imaginar: Amazon en conversaciones para invertir más de 10.000 millones de dólares en OpenAI, a valoraciones superiores a los 500.000 millones, usando chips Trainium de AWS, mientras Microsoft mantiene los derechos de comercialización de los modelos. Todo ello con Nvidia, Oracle y otros actores orbitando alrededor.
Competidores directos invirtiendo en la misma empresa. Compartiendo infraestructura. Asegurándose acceso mutuo. Esto no es el mercado tecnológico que conocíamos. Y no es una anomalía puntual.

El cono de incertidumbre: cuando crecer deja de ser un cálculo y se convierte en una apuesta
El cono de incertidumbre describe algo muy simple: cuanto más lejos miras en el tiempo, mayor es el rango de futuros posibles. Hoy las empresas de IA crecen a ritmos extraordinarios, en algunos casos multiplicando ingresos por diez año tras año. Nadie espera que eso continúe indefinidamente. Pero nadie sabe tampoco cuánto se va a frenar, ni cuándo, ni dónde se estabiliza.
El problema es que las decisiones clave no esperan a que el cono se cierre.
Construir centros de datos, asegurar energía, firmar contratos de chips y redes requiere entre uno y dos años, en el mejor de los casis. Eso obliga a comprometer miles de millones hoy basándose en proyecciones que están, por definición, dentro del cono.
No es falta de información. Es incertidumbre estructural.
Y aquí aparece el dilema que Amodei verbaliza con bastante crudeza: si inviertes poco, te quedas sin capacidad y pierdes clientes. Si inviertes demasiado y la demanda no acompaña, los costes fijos pueden hundirte. Ambos errores son posibles. Ambos pueden cometerse haciendo lo correcto.
Cuando la IA deja de ser software y se convierte en infraestructura crítica
Este es el punto donde el debate suele quedarse corto. Durante décadas, el poder en tecnología estaba en el software, el código y la distribución. La infraestructura era un medio flexible. Hoy ya no.
La IA fundacional es capital intensivo, lenta de desplegar y físicamente rígida. Eso rompe muchas de las reglas que aprendimos en la era del cloud clásico. Y aquí es donde el comportamiento del mercado empieza a parecer extraño… si lo leemos con la lógica del mercado tecnológico tradicional.
Competidores que cooperan no por confusión, sino por necesidad
Lo que estamos viendo con OpenAI, Microsoft, Amazon, Nvidia u Oracle no es desorden. Es adaptación.
OpenAI ya no es una startup al uso. Es un activo sistémico. Una pieza de infraestructura cognitiva que demasiados actores consideran crítica como para dejarla en manos exclusivas de un rival.
Por eso ocurre algo que antes era impensable:
- Microsoft invierte, integra y vende modelos.
- Amazon quiere invertir y aportar cómputo alternativo.
- Nvidia suministra el cuello de botella fundamental y participa indirectamente.
- Oracle ofrece capacidad crítica donde otros no llegan.
Todos compiten entre sí. Y todos cooperan al mismo tiempo.
No están apostando por una empresa. Están comprando opcionalidad dentro del cono.
En un entorno de incertidumbre extrema, el objetivo ya no es dominar toda la cadena de valor. Es no quedarse fuera si el futuro se inclina hacia un lado del abanico.
El verdadero cuello de botella ya no es el modelo
Otro cambio clave: el poder ya no está solo en el software.
Hoy está en tres cosas muy concretas: capacidad de cómputo disponible a escala, eficiencia energética y coste por inferencia, y capacidad real de operar modelos en producción empresarial.
Eso explica decisiones que parecen contradictorias solo en apariencia. AWS impulsa Trainium aunque OpenAI siga comercialmente ligada a Microsoft. Microsoft protege su derecho a revender modelos. Nvidia invierte aunque sus clientes compitan entre sí. La escasez obliga a cooperar incluso entre rivales.
De mercados competitivos a ecosistemas interdependientes
Cada vez me convence más la idea de que la IA nos está moviendo hacia un tipo de mercado más parecido al de la energía, la industria aeroespacial o los semiconductores avanzados.
Sectores donde nadie controla todo, todos dependen de todos, y las alianzas son parciales, fluidas y estratégicas. La competencia sigue existiendo, pero deja de ser binaria. Se vuelve simultánea.
Esto no es cartelización ni caos. Es lo que ocurre cuando una tecnología es demasiado cara, demasiado crítica y demasiado incierta para ser controlada por un solo actor.
Una transición de época, no una anomalía
El cono de incertidumbre no explica solo el riesgo financiero de la IA. Explica por qué el mercado ya no se comporta como esperábamos.
La IA fundacional rompe la lógica clásica de proveedor y competidor, convierte a algunas empresas en infraestructuras de facto y desplaza el poder desde la exclusividad hacia la capacidad de orquestar dependencias.
La pregunta relevante ya no es si hay o no una burbuja. La pregunta es quién puede permitirse equivocarse en la escala… y quién está compartiendo ese error entre varios para sobrevivir.
