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© 2025. Hernán Rodríguez

Guerra fría de la inteligencia artificial - Cina - Estados Unidos

China le está haciendo un “Reverse Reagan” a Estados Unidos: la inteligencia artificial como nueva trampa económica

En los años ochenta, Ronald Reagan empujó a la Unión Soviética hacia una carrera armamentística imposible de sostener. La presión económica derivada del gasto militar, unida a la rigidez del sistema soviético, acabó por asfixiar su economía.

Cuarenta años después, una nueva teoría sugiere que China podría estar aplicando la misma estrategia, pero invertida: forzar a Estados Unidos a gastar de manera desproporcionada en inteligencia artificial, chips y centros de datos, hasta tensionar su estructura productiva y su deuda.

La idea fue formulada por Francesco Sisci en  China’s Reverse Reagan  (Appia Institute, 2025). Según él, Pekín estaría dejando que Washington repita el guion de la Guerra Fría, esta vez en clave tecnológica. Mientras Estados Unidos destina capital, energía y talento a la nueva infraestructura cognitiva —la de la IA generativa y los megacentros de datos—, China se consolida como el proveedor industrial y energético que mantiene el equilibrio global.

El nuevo campo de batalla: la infraestructura de IA

Según Bloomberg Economics, los grandes actores tecnológicos podrían invertir hasta 4 billones de dólares en infraestructura de IA hasta 2030. Esa avalancha de capital está redefiniendo la economía estadounidense: la construcción de fábricas tradicionales cayó un 2,5 % en 2025, mientras la de centros de datos creció un 18 %.

El auge de la IA está absorbiendo oxígeno. Acapara energía, talento técnico, materiales eléctricos y financiación. Empresas como Eaton, ABB o Schneider Electric reportan crecimientos de dos dígitos en pedidos vinculados a centros de datos, mientras la industria manufacturera sigue estancada.

Lo que parecía una historia de innovación tecnológica se está convirtiendo en una cuestión macroeconómica: la inteligencia artificial sostiene el crecimiento a corto plazo, pero podría estar debilitando la base industrial a largo.

La hipótesis del “Reverse Reagan”

El argumento de Sisci es provocador pero plausible. Durante la Guerra Fría, Reagan asfixió a la URSS aumentando el gasto militar y tecnológico. Hoy, China podría estar dejando que Estados Unidos se autoinflija una dinámica similar, con la IA como catalizador.

China mantiene costes industriales bajos, produce equipamiento electrónico a gran escala y controla una parte clave de la cadena energética, desde paneles solares hasta tierras raras. En paralelo, deja que EE. UU. se adentre en una espiral de gasto que compromete su equilibrio fiscal.
El resultado sería una forma moderna de desgaste económico indirecto, sin confrontación militar ni escalada explícita.

“La pregunta es si una carrera de gasto en IA con China podría debilitar ahora a los estadounidenses, del mismo modo que la carrera armamentística de los ochenta acabó por quebrar a los soviéticos”, escribe Sisci.

Evidencias que la refuerzan

  1. Carrera tecnológica real. Informes de Brookings y CSIS confirman que la IA es ya el núcleo de la competencia EE. UU.–China.
  2. Reasignación de recursos. Pantheon Macroeconomics y Bloomberg Economics calculan que, sin el gasto en IA, el PIB estadounidense habría crecido casi un punto menos en 2025.
  3. Presión energética. La Agencia Internacional de Energía estima que los centros de datos podrían consumir el 20 % de la electricidad estadounidense en 2032, y que los dedicados a IA ya igualan el consumo de 100 000 hogares.
  4. Escasez de talento técnico. La construcción de data centers y plantas de chips ha disparado la demanda de ingenieros, soldadores y electricistas, encareciendo costes industriales.

Lo que no encaja del todo

La comparación histórica resulta sugerente, pero también tiene sus límites. No existen pruebas de que China esté ejecutando una estrategia deliberada de “asfixia inversa”, y lo cierto es que Pekín atraviesa sus propios dilemas estructurales: una burbuja inmobiliaria persistente, el envejecimiento de su población y las restricciones tecnológicas que le impiden acceder a los chips más avanzados.

Tampoco conviene olvidar que Estados Unidos no es la Unión Soviética. Su economía sigue siendo abierta, flexible y capaz de reorientar el capital hacia nuevas industrias cuando detecta una oportunidad. El gasto en inteligencia artificial puede interpretarse, por tanto, no como un error, sino como una apuesta estratégica para sostener su liderazgo global.

Desde el ámbito académico, voces como las del AI Now Institute o New America advierten además que el marco conceptual de “carrera armamentística” simplifica en exceso la realidad. La interdependencia entre ambos países, la fragmentación de las cadenas de suministro y la naturaleza multipolar de la innovación tecnológica hacen que hablar de una nueva Guerra Fría resulte, al menos, una metáfora incompleta.

Efectos colaterales: energía y deuda

Más allá de la intención o la metáfora, la economía estadounidense está entrando en una etapa marcada por un gasto estructural cada vez más elevado. Los megacentros de datos que sustentan la expansión de la IA exigen redes eléctricas reforzadas, turbinas adicionales y nuevas fuentes de generación que no siempre están disponibles. En muchas regiones, el precio mayorista de la electricidad se ha disparado más de un 200 % en los últimos cinco años, reflejando una tensión que ya se extiende a toda la cadena energética.

El esfuerzo fiscal tampoco es menor. Las subvenciones a los semiconductores, los créditos a las energías renovables y los incentivos para reindustrializar el país han empujado la deuda federal por encima del 120 % del PIB. Si China logra mantener la disciplina industrial mientras Estados Unidos asume el peso de esta expansión, podría acabar produciéndose una desindustrialización inducida, silenciosa pero profunda, resultado de haber apostado todo el crecimiento al motor de la inteligencia artificial.

Entre la trampa y la oportunidad

Aun así, reducir la carrera tecnológica a una trampa sería una simplificación injusta. La misma infraestructura que hoy provoca tensiones energéticas y fiscales podría convertirse mañana en el cimiento de una nueva ola de productividad. Si la IA consigue elevar la eficiencia de las fábricas, optimizar las cadenas logísticas y mejorar la gestión de los servicios públicos, Estados Unidos podría iniciar una segunda reindustrialización, más automatizada, más inteligente y menos dependiente de mano de obra intensiva.

La clave, como subraya el RAND Institute, será distinguir entre inversión estratégica e inflación especulativa. No toda inyección de capital en IA genera valor real: una parte puede esconder burbujas, euforia bursátil o duplicidades de infraestructura. Separar la visión de la moda será esencial para que el esfuerzo no acabe devorando su propia promesa.

Mirando hacia adelante

El Reverse Reagan debe entenderse menos como una conspiración y más como una metáfora que captura un cambio de era. Expone cómo la competencia tecnológica puede transformarse en una trampa fiscal y energética, y cómo incluso las potencias digitales corren el riesgo de erosionarse por exceso de ambición.

China y Estados Unidos ya no se miden por el número de cohetes o misiles, sino por la capacidad de entrenar modelos de lenguaje, fabricar chips más eficientes y disponer de gigavatios suficientes para alimentarlos.

Y si la historia deja una lección que sigue vigente, quizá sea esta: no siempre triunfa quien más gasta, sino quien sabe gastar mejor.

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